Unido a...

miércoles, 15 de junio de 2011

La ira del filósofo, de Eduardo Parra Ramírez


Hacía tiempo que, un libro, no me capturaba con tal intensidad como lo hizo La ira del filósofo, del escritor Eduardo Parra Ramírez. Desde que comencé a leer las primeras páginas me resultó imposible suspender la lectura por más de un par de horas. Una sola tarde me llevó enterarme de las vicisitudes, alegrías, gustos (conscientes e inconscientes), y confesiones del (a partir de ahora) entrañable Teo Mondragon, cuasi-licenciado en estudios universitarios de filosofía. Pero, doctorado en filosofía de la vida

Un verdadero filósofo no es aquel que acumula datos, fechas, conceptos dentro de su cabeza, ni siquiera aquel que, luego de convertirse en flamante licenciado en el ramo del pensamiento y la reflexión, ha de pasar el resto de su vida comentando las tesis de aquellos quienes le antecedieron, sino aquél que pone a prueba, día a día, las reflexiones brindadas, a través de está práctica. En pocas palabras: Ser filósofo es ser uno mismo.
En este caso, nuestro filósofo, y protagonista de la novela, resulta ser alguien cínico, desencantado, fachoso. Del mismo modo que resulta ser sensible, esperanzado, y... no, nunca distinguido. Al menos, no en el sentido popular del término, es decir, pulcro y elegantemente vestido. No, nuestro personaje no es el clásico héroe de las novelas rosas, sino un anti-héroe. Uno de esos personajes que va solo contra el mundo. Y no me refiero simplemente al mundo físico, sino también al metafísico. La batalla que tiene que librar este anti-héroe, no es solamente contra las personas, y sus actos rastreros llenos de incidía, e hipocresía. El conflicto se extiende hasta los linderos de la divinidad, los instintos; y todo aquello a lo que no tiene acceso, sino la intuición pura

En lo personal, me atrevo a considerar este libro como una de las primeras obras, de la generación de los setentas, que debiera tomarse en serio. Hasta hoy, no había encontrado a un autor que observará con tal honestidad y certeza al alma humana. Lo cual le otorga los bríos necesarios para adentrarse en temáticas que van, desde el más fino humor, hasta el más descarnado de los dramas.

Aquello que siempre está en juego en la trama de la historia es el aspecto ético y moral del personaje. Ya que como mencionaba respecto a la condición de filósofo (ser filósofo es ser uno mismo), ser uno mismo es ser siempre el mismo bajo todas las circunstancias de la vida. Lo que diferencia a este personaje del resto, es el mantenerse firme dentro de sus propios principios. Por lo menos, del modo en que se menciona en el mismo libro: se puede ser suave en la forma, e inflexible en los principios. En esa frase radica el carácter de toda la obra, es decir, el carácter de Teo Mondragon.

No es fácil mantener siempre a raya nuestras más intimas e inconfesables apetencias, y eso ya lo sabían muy bien los antiguos filósofos griegos. Pero el estudio (práctica) de la filosofía, debería conducirnos a ello. De otro modo se consideraba una actividad infructuosa. Tal como lo demuestra el gran cúmulo de ejemplos en la vida de los verdaderos filósofos.
El leitmotiv de este libro puede mostrarse en uno de los cuestionamientos que uno de sus alumnos (Mao) le echa en cara:

Prof, usted tiene dos caras bien diferentes. En clase dice que la humanidad es una mierda, que no tiene remedio, que lo mejor sería que exterminaran a todos los imbéciles, o sea, a la gran mayoría de las personas. Y ahora resulta que, porque vio un vídeo de crímenes, ya se volvió defensor de la vida, y los que no pensemos como usted somos indiferentes y ojetes. ¿Se da cuenta? Son dos ideas contradictorias. ¿Cuál de las dos es una pose?

Lo que esta obra trata de mostrarnos no es siquiera el estado putrefacto, fétido, e hipócrita del mundo, sino los conflictos incesantes que mueven al alma humana de un extremo a otro. Por lo tanto, la lectura de La ira del filósofo, no resulta apta para quienes se sienten satisfechos con la máscara que portan (según la requieran). Esa gente con seguridad se sentirá agredida, así que mejor eviten la lectura. De ser posible la lectura en el sentido más amplio de la palabra. Para el resto, queda ver quién, entre todos, acepta el reto de contemplarse a sí mismo desde una perspectiva verdaderamente honesta. ¿Quién acompañará a este anti-héroe, en ese hediondo y difícil trayecto que busca inconscientemente liberarse de La parte maldita que todos llevamos dentro?

sábado, 4 de junio de 2011

EL REFUGIO DEL HURÓN, de Juan Gerardo Aguilar


Las historias que integran el libro, El refugio del hurón, del escritor zacatecano, Juan Gerardo Aguilar, muestran distintos resguardos en los cuales la felicidad pretende buscar seguridad. Refugios que la mantengan a salvo de los sucesos inesperados. Pues, el simple desprenderse de las hojas de los árboles, bien podría ser el comienzo de una cadena de acontecimientos que darán un rumbo nuevo al destino de cualquiera. La consigna es escabullirse a tiempo del sino fatal del destino, al esperar siempre lo inesperado. De otro modo, las consecuencias suelen ser desfavorables, como bien lo dice el protagonista de la narración que da título al libro: “Subestimar a un oponente es un error que se paga caro”.

Liberarse de la anodina rutina a la manera de un enfermo terminal que, cierto día se entera que aún le queda una oportunidad más de continuar su vida en otro sitio. Lejos de sus certezas, y de sus actividades repetidas durante años. Quizá toda la vida. Escapar de las propias ruinas para fundar una historia nueva. Comenzar desde cero. Reducir a cenizas las memorias del pasado. Prenderle fuego a todo para echarse a caminar hacia adelante, en una interminable búsqueda de la felicidad. Alejarse antes de que sea demasiado tarde. Antes de que arribe la tempestad.

Prisioneros del fantasma del tiempo, muchas ocasiones solemos esclavizarnos a la rutina de la otra persona que envuelve (en sí misma) la esencia de nuestra propia felicidad. El motivo suficiente para concebir todo como un plan de acción para el siguiente día. El enamoramiento como fuente de vida. Como inspiración para esforzarse un poco más. Y de pronto, la vida vuelve a tener sentido, ya que aparece en ella un nuevo deseo.

En el cuento titulado Flores en la ventana, se muestra como un elemento indispensable en la ecuación del cortejo (inicio del camino hacia la felicidad), puede ser capaz de quedar fuera de la misma fórmula: Las flores:

“Por la apacible sensación que insuflan, porque hacen buena compañía, y viven solo lo necesario; a las flores no se les llora cuando mueren, es la ventaja que tienen sobre otros seres vivos, incluso sobre los humanos.”

La historia que, a causa de un descuido en los detalles, habrá de permanecer inconclusa para siempre, porque la vida es un concierto de instantes (o “fotografías ordenadas cronológicamente”), y perder uno solo, es igual que no haber escuchado nunca la sinfonía de la historia personal en cada uno de sus notas. Historia inconclusa.

En este caso, la nota del enamoramiento y sus consecuencias inevitables. Pues es evidente que todo tiene consecuencias. Cada decisión tomada, tarde o temprano vendrá a cobrar la factura. Ante tal evidencia, otro de los personajes manifiesta que: “Lo difícil no es aceptar que las cosas sucedan, sino aceptar que te sucedan precisamente a ti”. A ti que acostumbras ir por la vida intentando esquivar las trastadas de la vida; así sea evitando la vida misma. Entonces es cuando se vuelven necesarios los placebos para la felicidad. Ya sea a través del sopor televisivo; el cuerpo de una mujer; imaginarse vivir una existencia distinta a la propia; o a través del arte, aunque cueste la vida.

Seres cautivos dentro de sus propias cárceles. Prisiones materiales o intangibles. Unas reteniendo cuerpos entre sus muros. Las otras, almas.

“Cada uno habita un microcosmos distinto”, asegura el narrador de una de las historias. Eternos moradores de sus infinitas prisiones. El cuerpo de un hombre aprisionado dentro de un hospital: Su mente en su cuerpo: Su alma en su mente: Un pez en su pecera.

Por otra parte, la prisión de los celos suele ser una historia en donde nadie es inocente, excepto el único señalado siempre como el culpable. Los celos son otra de las tantas trampas de la mente, y una de las más poderosas prisiones que no cualquiera puede evadir con suficiente fortuna. Muchas veces, la única manera de evadir una de las tantas prisiones es, a costa de la vida.

Las fronteras son otra representación de la prisión (“este universo paralelo dividido por un rio”). Y un posterior descubrimiento de la realidad, al darse cuenta de lo que las cosas en verdad son: “líneas imaginarias creadas para prohibir las idas y venidas de la gente”. Prisiones y fronteras, sinónimos de un mismo hecho: “mantener a las personas dentro de ciertos parámetros que permiten un control de la vida en común”.

En síntesis, estos refugios que creen encontrar los personajes que pueblan las narraciones, terminan por transformarse en autenticas prisiones. Lo que, al menos a mí, me lleva a pensar en la felicidad como en un continuo acto de escapismo. Y en consecuencia, dejar atrás, lo más pronto posible, esos refugios de la felicidad. Antes que alguno de ellos se transforme en la última de nuestras prisiones.