Unido a...

jueves, 24 de junio de 2010

Jerusalén, de Gonçalo M. Tavares

─Maté a un hombre─ dice Mylia (uno de los personajes de la novela, apostándose frente a una iglesia)─. ¿Me dejan entrar?
Este acto aparentemente simple, aunado a la siguiente aseveración al inicio de la narración:
─La iglesia está cerrada de noche. Frase apenas murmurada por el mismo personaje. Marcan el comienzo y fin de toda la trama, así como también un mismo punto en donde habrán de convergen todo el dolor, la locura y la violencia que se desarrolla a lo largo y extenso de la obra. Pero, sobre todo, la representación de un nuevo héroe trágico: el inadaptado social. Aquel que sin proponérselo de manera consciente confronta las costumbres más arraigadas dentro de la logicidad de la razón, así como también sus más sólidas instituciones.
Un conjunto de personajes nietszcheanos se pasean por las hojas de esta obra en un entrecruzamiento de destino múltiple que terminara suscitando desde los asesinatos más absurdos, hasta los milagros menos comprensibles.
Entretejiéndose de manera conjunta con las cuatro vidas que terminaran por converger en una indeterminada madrugada, otra historia se desarrolla al interior de la cabeza de los personajes, aunque sólo un par de ellos sean conscientes de esto. Se trata de la historia de la salud mental de la humanidad a lo largo de la historia. Una historia que, para quien intente descifrarla, tarde o temprano termina por conducirlo dentro de ella misma. No de la supuesta salud mental, sino de la insania mental.

Buscaba comprender cómo piensa la Historia para formular una normalidad y así poder controlarla, de la misma manera que tantos años de estudio le habían enseñado que tal era la fórmula del comportamiento de los individuos: sabía que comprender los hábitos del pensamiento del loco equivale a normalizarlo, a prever su comportamiento y, en definitiva, a controlarlo como individuo.

El médico investigador de tal proyecto ambicioso, antes de salir de casa en aquella fatídica madrugada (Murmuraba con una perversa sonrisa): Busca vello púbico, Theodor, una compensación púbica. El mundo tiene el deber de compensarme por los días malos.
Más que un creador de historias truculentas, Tavares me resulta un constructor de ideas. Un narrador que va cimentando poco a poco nuevas ideas respecto al mundo y la realidad, pretendiendo antes que todo provocar inquietud en el ánimo de sus lectores.

De pronto, sin pensar en lo que hacía, (Mylia) escribió con el gis en la pared (de la iglesia) utilizando unas letras de tamaño muy pequeño, casi imperceptible; escribió: hambre.

Y para concluir, nada mejor que un extracto de la novela. Se trata de un dialogo entre Mylia, la heroína de la obra, y Theodor, el médico investigador de la salud mental de la Historia:


─¿Su nombre completo?
─Mylia. No quiero ningún otro nombre. Con ese me basta.
─Mylia. Es bonito.
─Después de preguntarme el nombre, todos los médicos dicen que es bonito.
─Será que es verdad.
─Será que es mentira.
─Mylia es un nombre bonito, y usted es una chica bonita.
─Váyase a la mierda
─Puedo hacerle otra pregunta.
─Hágala.
─¿Sus padres?
─¿Sí?
─Sus padres…¿le gustan?
─Mi madre me llama loca y tiene razón. Una vez le tiré un vaso a la cara. Todavía lleva la marca. ¿La vio?
─No me fijé.
─Pero la tiene. No le estoy mintiendo. ¿Quiere que la llame?
─No. Conteste a la pregunta que le hice ─dijo Theodor.
─¡Váyase a la mierda!
─Sus padres me han dicho que puede usted ver el alma.
─Es cierto.
─¿Y cómo es el alma?
─Tiene vello púbico.
─Me está tomando el pelo.
─Así es.
─¿Cree en Dios?
─Creo en todo lo que aprendí antes de los seis años. A los seis años sabía más historias de la Biblia que cuentos infantiles.
─Entonces cree en Dios
─Creo en todo lo que aprendí antes de los seis años. Todo lo que me han dicho después es mentira.
─Me cae bien, Mylia. Espero que podamos volver a charlar.
─¡Váyase a la mierda!

Si me olvido de ti, Jerusalén, permite que se seque mi mano derecha.