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viernes, 16 de septiembre de 2011

LA NARRATIVA DE EDUARDO ANTONIO PARRA, VISTA A TRAVÉS DE UNA CORTINA DE HUMO



A partir del momento en que recibí la invitación para comentar la obra de Eduardo Antonio Parra, me dediqué a buscar todo el material posible. El primer libro que leí fue Tierra de nadie, a partir del cual, la tarea emprendida de leer toda la obra de este escritor, dejó de ser una encomienda para convertirse en una grata sorpresa. La experiencia comenzó.

Desde el primero de los relatos La piedra y el río una extraña cortina de humo comenzó a formarse a manera de atmósfera en las narraciones. “Su rostro fue chamuscado en años padecidos de sola sol, entre el aire seco y las nubes de polvo que oscurecen la ribera...” Tales son las primeras líneas del cuento. Y la primera cortina de humo apareció.

Una primera imagen del escritor fue formándose en mi imaginación. Incluso alcancé a visualizarlo sentado frente a la computadora con un cigarro entre los labios. El humo frotando entre al autor y su obra. Pero también, entre la obra y el lector. Recién había ingresado a la cortina de humo cuando La vida real, segunda narración del libro, me trajo la imagen exacta que había recreado mi mente, esta vez con el personaje de Soto, periodista que desea dar a conocer a los lectores del periódico en el que trabaja la historia de dos mendigos que, enmedio de la basura y decadencia que los envuelve, comparten una historia de amor real. La descripción que Parra hace del personaje coincidió en todo con la que, en mi mente, se había formado ya.

Por alguna razón, comencé a sentirme como visitante de Comala, que iba a buscar a un tal Eduardo Antonio Parra.


La obra de este escritor, si bien es cierto que parte de una evidente asimilación y apropiación de la tradición cuentistica mexicana (basta mencionar los nombres de Juan Rulfo, o José Revueltas, con quienes ha sido emparentado en más de una ocasión, sobre todo respecto al espacio narrativo de sus historias) Desde una muy particular apreciación, le encuentro una línea de parentesco con el constructo narrativo del trabajo literario de James Joyce, es decir, la modernidad. Otra característica que comparte con el escritor Irlandes es el magnifico uso del dialogo interno. Tal apreciación se me presenta al comparar Dublineses con los dos primeros libros “Tierra de nadie” y “Los limites de la noche” que bien podrían ser englobados bajo el titulo “Norteñeses” Pues la cohesión que demuestran a lo largo de las historias que los integran, representan, de una manera fidedigna y emblemática, muchas de las principales características de los pobladores de esta región, entre los cuales destacan: La venganza como resarcimiento del honor quebrantado por la traición. La esperanza de una mejor calidad de vida al otro lado del río Bravo. La marginalidad de una gran parte de la población, producto de un pasado y presente, a consecuencia de la ambición desmedida de unos y de un profundo desinterés de otros.

En consecuencia, la marginalidad, en lo que respecta a la obra de este autor, ya no se limita a poner de manifiesto la decadencia evidente, tal si se tratara de otro tipo de entretenimiento más, sino como un claro ejemplo de denuncia, evadiendo con gran fortuna el peligro de caer en la simpleza y exhibicionismo al que, ese mismo sentido de denuncia, ha sido conducido por los medios del entretenimiento de masas. He ahí el verdadero mérito literario del narrador, quien rescata lo evidente ya no simplemente para comercializar con la desgracia ajena, sino para desmitificar la imagen de progreso y bienestar social que los mismo medios de comunicación, en complicidad con líderes y gobernantes, pretenden mostrar como la verdadera realidad.

No es un secreto que gran parte de la literatura mexicana ha contribuido de manera consciente e inconsciente a forjar en los lectores y público en general, una imagen idílica de la realidad nacional. Evitando tocar aspectos sensibles de una manera crítica y de franca denuncia, valiéndose para este propósito del morbo y la ambigüedad.

Por otra parte, esa denuncia tan visible en los cuentos, tampoco puede ser considerada como el leitmotiv de su obra, sino tan sólo un aspecto de ésta que se revela por sí misma. Para ejemplificarlo, podemos decir que la denuncia es a la obra de Parra, lo mismo que la literatura lo es al quehacer humano: puramente circunstancial.

Por otra parte, la prosa detallada y contundente de este narrador, con una fuerte influencia de la narrativa cinematográfica, de manera análoga obliga al lector, como al espectador de películas, a mantenerse siempre al filo ya no de la butaca, sino de los párrafos que integran cada uno de los textos, por los que deambulan todo tipo de personajes: campesinos en busca de una esperanza, prostitutos absortos en la fantasía, esposas desilusionadas, adictos al placer, jóvenes defensores de un pedazo de tierra de nadie. Todos ellos, personajes de una historia mayor que las engloba todas: La vida real, tal como se remarca en uno de sus cuentos, así titulado.

El hiperrealismo con el que describe cada una de las tragedias de los personajes que integran sus historias es acaso el anzuelo del que, una vez enganchado, resulta imposible zafarse. Basta mencionar Al acecho uno de los cuentos que integran su tercer libro de cuentos, para distinguir la minuciosidad en los detalles, la riqueza descriptiva con que narra el dialogo interno del Bosco, mientras aguarda el arribo de Ángel, tras veinte años de espera. Luego de un evento que, como dice el texto, “detuvo la marcha de los días” para todos los personajes involucrados. Y, aunque el verdadero motivo jamás se expresa abiertamente, la causa real discurre a lo largo de toda la trama, es decir, en el dialogo interno del protagonista. En ese espacio donde el tiempo realmente se paraliza, y permite a quien en él se adentra, recorrerlo una y otra vez de manera indefinida.


A lo largo de dos décadas ha evadido las escenas de aquella noche con la ayuda de la rutina y del tabaco, mas ahora que no puede fumar le resulta imposible anteponer una cortina de humo a la memoria.”


Al arribar a esta cita, me reencuentro con la primera imagen del escritor detrás de esa misma cortina de humo, interpuesta entre él y la hoja, la cual aguarda pacientemente, al acecho, del mismo modo que Bosco, recordando los acontecimientos por tanto tiempo encarcelados en la lúgubre prisión del olvido. También es cierto que, una vez narrados, ya no serán los mismos. Más adelante, en El Laberinto, la narración comienza, así:


La sordera le impidió darse cuenta de cuándo habían comenzado a seguirlo. Pudo ser (...) al desatarse la ventisca que alzó hasta la mitad del cielo esa nube de polvo...


Resulta interesante cómo en los momentos cruciales de las narraciones, este elemento (la cortina de humo) se hace presente, es el elemento que subraya y realza, un momento cumbre de la historia. A diferencia del uso con el que comúnmente se le relaciona: el de elemento de distracción.

Más adelante podemos leer:


Una nube roja cubrió su campo de visión por unos instantes”


Justo cuando la traición de la mujer de Adrián Cano y su anteriormente mejor amigo Ociel, es expuesta en la cantina a través de los comentarios sarcásticos de Urano, uno de los tantos parroquianos del lugar.

Pero, incluso en los textos que se separan de su habitual uso de hiperrealismo para explorar el campo de lo indecible, como es el caso del cuento titulado Los últimos, es posible leer entre las primeras líneas de la narración, lo siguiente:


(...) Se quitó el sombrero para mirar el horizonte donde el cielo se teñía de un gris apenas azulado, como si a lo lejos se levantara una nube de polvo y amenazara con sepultarlos.


Desde mi interpretación, la cortina de humo dentro de la narrativa del escritor Eduardo Antonio Parra funge de manera contraria a la tradicionalmente utilizada. Es decir, mientras otros la usan como medio para distraer la atención de los lectores, Parra se vale de ella para revelar.

De forma más general, este detalle en su obra puede ser equiparable con el de desmitificar una realidad idealizada. Lo cual lo convierte en un escritor subversivo. Un narrador que hace uso de los mayores vicios y defectos de la humanidad para mostrarla tal cual es, sin maquillajes ni oropeles. Pareciera ser que una de las consignas del autor es desnudar la realidad. En este sentido, cumple a cabalidad con uno de los preceptos más reiterativos de la tradición literaria: la búsqueda de la verdad, por medio de la mentira. O, dicho a través de las palabras de Franz Kafka "La literatura es siempre una expedición a la verdad".

Para concluir señalaré que, la literatura no es asunto de convenciones, tal vez, ni siquiera de convicciones. La literatura se nutre del mundo, y éste es como la imagen del río de Heráclito, un eterno devenir que hace correr, entre sus aguas, lo mejor y peor de quién habita esta Tierra de nadie.